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Estoy en el aeropuerto, una vez más. Los aeropuertos son lugares de paso, de transición, son algo así como un limbo en el cual estamos las personas que viajamos, no hemos salido todavía, no hemos llegado a destino… Y en esa transición andamos de terminal en terminal con nuestras historias. Somos historias con patas…
De alguna forma, los aeropuertos son como las escaleras de las que hablé hace unos meses, representan un tránsito, un impasse en tu vida.
Esta noche viajo a Sevilla, es viernes, pero en el aeropuerto está cayendo la del pulpo, rayos y truenos sin parar. Y en la pantalla no para de poner “delayed”, es decir que se retrasa el viaje. Tengo dudas sobre si saldré de aquí antes de las 12:00 de la noche, lo que me incomoda mucho, porque mañana tengo que madrugar y dormiré muy poco.
Como siempre que viajo, trato de mirar muy poco mi teléfono móvil (voy a contracorriente en esto), prefiero mirar a mi alrededor, hay tantas cosas que ver. Me gusta mirar a los ojos y a las caras de la gente.
Los aeropuertos son lugares llenos de emociones, en las caras lo puedes ver. Te das cuenta de que cada uno de nosotros somos emocionantes historias con patas. Personas con mucho que contar, mucho escrito en nuestros corazones, mucho escondido y también mucho que se puede ver en nuestros ojos. No podemos sino expresar lo que somos y lo hacemos a cada segundo.
Veo una mujer con la mirada algo perdida. Quizás en su vida se encuentra así ahora mismo, sin rumbo. Siento cariño y compasión.
Veo a un ejecutivo con traje y corbata, joven, parece que tiene un alto sentido de la responsabilidad, posiblemente llegará lejos. Me recuerda a mi al inicio de mi carrera profesional, cuando me dejaba barba para aparentar más edad.
Veo a una chica joven, marca cierta distancia con el cuerpo, rigidez. Creo que se encuentra fría, por dentro quiero decir. Quizás algo faltó en su vida, o algo falló…desde entonces esa distancia que pone le protege de volver a sentir el mismo dolor. Me encantaría que algún día volviera a sonreir, y a bailar descalza sobre la hierba mojada.
Una pareja, juguetean, son italianos. Ella parece feliz, él también, se quieren. Él tiene una mirada limpia, parece buena persona. Imagino que tiene que haber vivido una infancia feliz.
Una mujer delgada, en sus cuarenta y tantos, parece sonreírle a la vida mientras camina tranquila.
Somos buscadores
Los aeropuertos, como metáfora de la vida al completo, están llenos de personas como tú y como yo, que han sentido, vivido, sufrido, disfrutado… que han existido en definitiva. Personas que viajan, y todo aquel que viaja es un buscador.
Todos somos buscadores. Hemos venido a la vida con alguna misión. Quizás sea comprender algo, servir a otros… Yo creo que la misión del ser humano es ser feliz, ante todo.
Si no somos capaces de aceptar el hecho de que hemos venido aquí a ser felices, entonces estamos muy mal.
Pero si un día descubres que la única razón de que estés aquí es para que seas feliz, entonces todo cambia. No hay otra razón, estás aquí para ser feliz. Piénsalo… ¿lo eres?
Por favor, no sigas leyendo si no has interiorizado esta frase: La única razón por la que estás aquí es para que seas feliz.
Siguen cayendo truenos como si se fuera a acabar el mundo. Las noches de tormenta son mágicas. Todos recordamos esas noches de tormenta cuando éramos pequeños y estábamos en casa de nuestros padres o abuelos, y nos acurrucábamos junto a alguno de nuestros seres queridos para sentir calor y seguridad, un abuelo, un padre, una madre, un hermano…
Hace años cuando había tormenta se iba la luz. Ahora esto ya no pasa (al menos en las grandes ciudades). Aunque suene raro, lo echo de menos. Las personas ya no tienen esas velas en casa, esas que utilizábamos siempre que, los días de tormenta, de repente todo se apagaba y alguien decía por primera vez “¡se ha ido la luz!”
Ahora tenemos Facebook, pero ya no encendemos velas en casa los días de tormenta.
Viajar nos ayuda a saber qué es lo importante en la vida, porque nos detenemos. De ahí que viajar de vez en cuando sea tan recomendable. Nos acerca a nuestras emociones el hecho de desplazarnos, y en buena medida nos acerca a la tristeza, una emoción lenta que aparece cuando nos sosegamos. Y es por el hecho de que nos detenemos, y entonces todo lo que habías evitado sentir, lo sientes de golpe, en pocos minutos. Aunque también puedes mirar tu Smartphone, entonces no sentirás nada y vivirás sin pena ni gloria, con esa rara enfermedad del que no siente con claridad, alexitimia.
Yo suelo ser un viajero que necesita prestar atención a cada detalle. No por nada, sino porque me suelo olvidar cosas si no lo hago. Me centro tanto en mi interior que me olvido del exterior. De ahí que me guste tan poco viajar en avión, tengo que prestar atención a mi equipaje, quitarme el cinturón y objetos metálicos, hora de salida, cambios de última hora… donde esté el coche…
En Barcelona salí una vez del tren sin mi maleta, en Londres me dejé unos libros que apreciaba mucho, en Colombia perdí de vista mi maletín en uno de los lugares en los que más fácil era que alguien lo sustrajera. Esta noche mientras elegía la cena, me dejé el maletín en la cola. Al rato pensé ¿dónde está mi maletín? En fin, que tengo que vigilarme a mi mismo mientras viajo, para no olvidarme nada en el control de equipajes, etc… Pero son las personas las que tienen la culpa, me encanta observarlas.
Me quería detener antes de acabar, en el hecho con el que he empezado a escribir, en que somos maravillosas historias con patas. Y si no comprendemos la historia del otro, tampoco vamos a ser capaces de tener una relación saludable con él o ella, porque las historias lo son todo en las relaciones humanas.
- En ocasiones te juzgo sin conocer tu historia…
- En ocasiones opino sin conocer tu historia…
- En ocasiones te digo lo que tendrías que hacer sin conocer tu historia.
Y no me parece justo. Para relacionarme contigo de persona a persona, tendría que conocer tu historia.
Yo te cuento la mía, ¿y tú?, ¿Me la cuentas?
Que tengas un gran día (y sé feliz como nunca, por favor).
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