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Ayer Bansky (@therealbansky) en Twitter colgaba la foto de una escultura que me pareció reveladora y también inspiradora. Es la siguiente:
Dos adultos enfadados se dan la espalda, sin embargo sus dos niños interiores, con algo más de luz y pureza se quieren tocar el uno al otro.
El autor es Alexandre Milov y la escultura se llama «Love», se presentó en en Burning Man.
Creo que en ocasiones los adultos somos como esos dos adultos. Veo personas que se dan la espalda continuamente, aunque en el fondo lo que desearían es abrazarse. En ocasiones estas personas son amigos, hermanos, parejas o padres e hijos.
Dentro de cada uno de nosotros hay una fuente inagotable de amor y pureza, aunque en más de una ocasión, especialmente con personas a las que queremos, nos demos la espalda.
Cuando nos damos la espalda nuestro ego ha ganado la partida, consigue hacer realidad sus intenciones:
- «Me has fallado»
- «No eres como yo»
- «No me tuviste en cuenta»
- «¡Somos tan diferentes!»
- «No tienes razón»
El ego y sus mensajes. Su papel como sabes es salirse con la suya, tener razón. El problema es que al intentarlo se queda tan sólo…
De ahí que la escultura me parezca reveladora y poderosa, los niños, que no entienden tanto de egos, ni de querer llevar la razón, se miran, se buscan y se tocan.
Dicen que los niños son nuestros grandes maestros, ¡qué gran verdad! Noa ya tiene casi 11 meses, y aunque somos mi mujer y yo quienes la tratamos de guiar y enseñar, es ella en realidad la que está abriéndonos la puerta a todo un universo de dulzura, compasión, perdón, espontaneidad y cariño.
Las enseñanzas de cualquier carrera universitaria no son nada comparadas con lo que un bebé te puede enseñar en unos días a su lado.
En ocasiones, en casi todas las ocasiones, el proceso de convertirnos en adultos hace que empecemos a querer diferenciarnos más de la cuenta, a querer delimitar más territorios, a querer llevar la razón.
En mis últimos conflictos con personas a las que quiero, mi última palabra ha sido «No quiero tener razón. Te quiero a ti». En esos momentos parece que el conflicto desaparece, que nos volvemos a acercar, y que nuestros niños interiores vuelven a jugar juntos. La mejor forma de acabar un conflicto es cediendo parte de tus ganas de llevar la razón.
No estoy planteando una sociedad basada en relaciones happy-flower, tan sólo estoy sembrando la posibilidad de que quizás tengamos que conectar más a menudo con nuestro niño interior, dejar de querer tener razón y al acercarnos descubrir lo grandes que podemos llegar a ser.
Y lo mejor de todo, es que la escultura, haciendo honor a su nombre, sostiene con entereza el paso del tiempo, sin importar si hace frío, calor, llueve o hace viento.
Que seas muy feliz.
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